jueves, 23 de diciembre de 2010

¡Y ESTO ES TO, ESTO ES TO, ESTO ES TODO AMIGAS!

¡Se fini!. Perdón si me tiemblan las palabras pero es que, (¡que fuerte!), acabo de presenciar cómo el cuidador se cargaba, con toda la naturalidad, a mis compañeras, las tomateras del huerto. ¡Pobre Inés!. Que acertada estuvo al despedirse en su último mensaje. Me gustaría pensar que ni ella ni las demás han sufrido demasiado en el último momento pero, ¿cómo ignorar que han sido arrancadas como unas vulgares malas hierbas?.

Tras un breve descanso, el cuidador (ahora verdugo), vuelve para continuar con las ejecuciones. Sin duda, nos ha llegado la hora a las tomateras de las macetas. Ojalá me deje para el final, pienso egoístamente tratando de ganar unos miserables segundos, pero no, veo que viene directamente hacía mi con sus extraños andares y silbando una melodía que, más de la boca parece que le sale del culo por lo mucho que desafina. Ya huelo su sudor, ya presiento el inminente acontecimiento, ya no logro controlar mi savia que huye despavorida hacía las raíces. Siento el calor de su mano a muy escasa distancia y cuento los segundos para el contacto inevitable, uno, dos, tres …, venticuatro, venticinco, ventiseis…, pero, ¿cómo es que no me agarra?. El cuidador inesperadamente yergue todo su cuerpo y se aleja hacía la mesa del jardín para recoger los guantes que, gracias a Dios había olvidado. Benditas manoplas que me permiten echar un último vistazo al jardín.


Tan pronto como el cuidador se pone los guantes se los vuelve a quitar y, con paso firme (¡pero sin despeinarse, eh!), se dirige hacía la casa donde el sonido de un timbre le reclama insistentemente. Otra pequeña tregua ganada para seguir martirizándome. ¡Venga, que termine esto ya de una vez!, ¿para que prolongar más esta tortura?, me digo a mi misma deseando justamente todo lo contrario. Miro a la higuera o más bien a su triste armazón, despoblada como está de hojas, y una sensación de amarga confusión me invade por completo. Tanto rollo con que vendría a buscarme cuando se le cayeran las hojas, tanto desconfiar de sus malas intenciones y al final, nada de nada. El tiempo que habré perdido imaginando el frustrado encuentro.

Únicamente me queda esperar el regreso del cuidador para ….., dejar de ser una desgraciada tomatera. Lo mismo que mis compañeras, seré arrancada de la tierra, partida en mil cachitos y arrojada a la bolsa de la basura. Joder, no me creo que este diciendo esto ni, mucho menos, que pueda ser verdad. Vale que ya estoy hecha una mierda y que nada puede ir a mejor, pero aún considerando esta penosa situación, debo de reconocer que daría lo que fuera por permanecer un tiempo más en este mundo al que con tanto cariño me he aferrado. Dicen que la vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes, pero por más que la realidad se empeñe que tiene que ser así, no acabo de comprender, ¿POR QUÉ ME TENGO QUE MORIR?.

- Chissst, chissst, no hace falta que grites tanto.- alguien muy cerca de mi me llama la atención pero, ¿quien? sí no veo a nadie.

- Chissst, Cándida, estoy aquí abajo esperándote.- oigo de nuevo la voz que sin duda me conoce. Por el tono grave enseguida se de quien se trata y siento como, en la millonésima parte de un instante, un bombazo estalla en mi interior llevándose por delante los últimos razonamientos y la poca serenidad que aún me quedaba. Trato de sobreponerme al sofoco provocado por la inesperada visita y, dejando caer por el tallo hacía lo más profundo de las raíces unas improvisadas palabras, respondo haciéndome la despistada:

- Eres la higuera, ¿no?. ¡cuánto tiempo sin hablar contigo! ¿qué te trae por aqui?.

- Vengo a ver si me puedes dar un poco de sal, que me he quedado sin nada, ¡no te jode!. Pero Cándida, ¡que cosas tienes!. Ha llegado la hora de la partida. Espabila antes de que sea tarde. Ya se que me he retrasado un poco y que todavía estas aquí de milagro pero, no te puedes ni imaginar lo que me ha costado sellar todos los poros del tronco y de las ramas, allá en la superficie. Ala, ¡no perdamos más tiempo!.¡Emprendamos el camino!.

- ¿A dónde debemos ir?.- pregunto antes de entregarle la savia.

- Al extremo de mis raíces en lo más profundo de la tierra, donde la temperatura todavía es soportable. Pero, ¿realmente no te acuerdas de nada?. Vamos que Cloris nos espera.

- ¿Está allí Cloris?.

- Así es, desde hace más de un mes. Me transfirió su savia un segundo antes de que el cuidador la separa de mis raíces. Justo aquel día que trasplantó el níspero.

- Entonces, ¿podré hablar con ella?.- la interpelo con entusiasmo.

- Cándida, me sorprendes. ¿Alguna vez Cloris fue capaz de decir dos palabras coherentes seguidas?. De cualquier forma, hazte a la idea de que …., tu amiga ya no es una tomatera. Aún así, ahí abajo todavía permanece viva lo más importante de ella, su ánima. Todo a cambio de nada, … entiéndeme, tampoco es nada, nada. Sólo el pequeño detalle de donarme su savia. Total a vosotras las tomateras ya no os va a hacer ningún servicio.

La puerta que creí abierta a la esperanza, de repente se cierra dando un portazo. Tendrá morro la tía. Si al final va a tener razón Inés al advertirme de que, la hija puta de la higuera haría cualquier cosa para quedarse con mi savia. Empiezo a desconfiar de la salvación in extremis de Cloris. Muy posiblemente de ella no quede ni rastro. Continuo interrogando a la higuera, aunque ya estoy casi convencida de que no debo cerrar ningún trato con esta fulana.

- ¿Y si no te entrego mi savia que pasará?.- pruebo a desafiarla.

- Pues mira, en primer lugar, te cortaré de raíz el calor y el sustento y, partirás igualmente de viaje pero, al país de los muertos. Luego, tu ánima vagará errante, Dios sabe por cuanto tiempo. Quizás, en el mejor de los casos, algún día llegue a descansar en el gran saco como una ánima más entre multitud de ánimas anónimas. Cándida, ¿Cómo lo ves?. Sí llegamos a un acuerdo, tal vez te esté engañando o tal vez no. Por lo menos cuentas con una alternativa. De otro modo, te espera una muerte segura. Aún en el supuesto de que yo te quisiera continuar manteniendo (lo cual dudo mucho), en pocos minutos ejecutaría su trabajo el cuidador, expulsándote de la maceta. Bueno Cándida, ¿qué me dices?.

Resulta evidente que la higuera me ha dejado las cosas bien claritas. Seguramente tal como dice, mi mejor opción (la única), sea escoger la menos mala. Una decisión fácil de tomar para quien sólo es un simple observador y no le va nada en esto pero, ¿qué debo hacer yo cuando se está jugando a cara o cruz con mi vida?. Repaso una y otra vez la situación preguntándome desesperadamente por el camino que debo seguir, y lo único que consigo es quedarme paralizada. ¿Qué se puede esperar de alguien como yo inmersa en la duda permanente?.

- Cándida, ¿sabes lo que te digo?. Que el frío aprieta y no tengo más tiempo que perder. Me voy y apáñatelas como puedas pero…, antes has de saber que todo lo que te he dicho es verdad. A estas alturas de la película ya deberías haber aprendido que, cuando una no toma sus propias decisiones otras lo hacen por ti. De haber aceptado mi propuesta continuarías viviendo durante muchos años en el jardín. Imagínate de las vistas que gozarías desde lo alto de mis ramas. Pero, sólo has sido capaz de dudar de mi palabra. Como dijo Tirsa de Molina, una de las higueras más intelectuales que han existido, vas a ser “condenada por desconfiada”. Ala, ¡hasta nunca!.

- Esperaaaaaaaa ……..-grito con todas mis fuerzas sobrecogida por la angustia pero es inútil, ya nadie me escucha. ¿Será posible que sea tan imbécil y me quede siempre con la carta equivocada?. ¿Habré dejado escapar mi última oportunidad?. Va a ser que si. Súbitamente noto que hace frío. No me había percatado hasta ahora que, para ser media mañana, las temperaturas son realmente bajas, de hecho, el agua estancada del recipiente de barro, está helada. Lástima no poder refugiarme en este momento en uno de los invernaderos. El vaho que empaña sus paredes, es señal del calor retenido en su interior.


Cada vez siento más frío y el motivo no es otro que, la higuera me ha dejado tirada. Ha cumplido fielmente su amenaza, retirándome de inmediato su protección. Por su raíz a la cual sigo enganchada, ya no mana nada. ¡Pero que tonta he sido por depender completamente de ella!. Y, ahora, ¿de donde saco yo la energía para bombear la savia?. ¡Cándida y mil veces Cándida! me reprocho a mi misma, al caer en la cuenta de que no parece casual la situación en la que me encuentro. Es muy posible que, desde el principio, todo forme parte de un plan para llevarme a su causa. Primero lo ha intentado por las buenas prometiendo la salvación de mi ánima pero, en vistas de que no ha logrado convencerme, ha pasado a la segunda parte, que consiste básicamente en desgastarme física y mentalmente. Con tal fin me ha cortado el suministro (sobre todo, calor es lo que necesito), del que poco a poco me ha hecho depender. Cuando me vea muy necesitada (que, sin duda, ya lo estoy), volverá para ofrecerme generosamente una segunda y última oportunidad. Esperaré unos segundos, a ver que pasa. ¿Qué otra cosa puedo hacer?.

¡Oh, oh!. Creo que no puedo esperar más tiempo. El cuidador ha vuelto a entrar en escena y, sí no me confundo (¡ojalá que si!), me está mirando. Sus ojos parecen querer decir, “tomateeeeeera, hola tomatera. Prepárate que vengo a por ti ”. Es curioso como en un instante, se le despejan a una todas las dudas. Con un chorro de voz, del que nunca me creí capaz, comienzo a gritar frases del estilo, “higueeera, ¿dónde estás?. Por favor llévame contigo a donde sea pero, llévame ya”. Veo al cuidador que se vuelve a colocar los guantes y al momento dejo de verle porqué noto como me comienzo a marear. Quizás, con tanto grito he terminado de consumir mis escasas energías. Lo cierto es que ya no siento mis ramas, mi tallo, mis raíces (“no siento las piernas”, como diría el simio llamado rambo). El cuerpo ha dejado de pertenecerme. ¡Caracoles!, es de día, pero todo se ha vuelto negro. Parecerá un tópico si digo que, comienzo a ver ese punto blanco de los güevos del que tanto hablan quienes han tenido experiencias con la muerte. Espero que sólo se trate de una confusión, como le sucedió a Inés con la nieve, ó una paranoia fruto de mi desvanecimiento. Sea lo que sea, lo cierto es que cada vez es más grande (tal vez soy yo la que, debido a su atracción, me voy aproximando). Me doy cuenta de que ya no siento ni frío ni calor, no me duele nada pero, ¿qué me está sucediendo con las emociones?. Tan pronto me encuentro muy feliz como soy la más desdichada del mundo. Sentimientos encadenados a imágenes del pasado que, según van desfilando ante mí, me devuelven con nostalgia a otros tiempos de los que ya ni me acordaba. Multitud de momentos y recuerdos de como ha ido cambiando el jardín durante los nueve meses que he vivido.


No me puedo creer que me esté muriendo pero ..., tiene toda la pinta de ser así. Antes de que esto ocurra, quiero aprovechar para despedirme de todas y todos los que habéis tenido la paciencia de seguir periódicamente mis neuróticos pensamientos. De no haber sido por vuestra atención, sin duda pronto me hubiera cansado de hacer comentarios. También debo decir que no guardo rencor ni a nada ni a nadie, ni siquiera al cuidador quien, a pesar de sus increíbles facultades le viene un poco grande el titulo de cuidador. En su defensa habría que recurrir a la sagrada frase “señor, perdónale porque no sabe lo que hace”.

Mi tiempo se acaba (“pienso, luego todavía existo”) y, mira por donde (ironías del destino), me va a tocar esfumarme, justo, en la víspera de lo que los simios llaman la nochebuena (¿cuánto hará que no disfruto de una buena noche?). Cuando ellos la estén celebrando, dando rienda suelta a sus vicios etílicos, yo estaré flotando en el éter buscando a tientas el rumbo a seguir. Cuanto me gustaría poder plantar cara a la muerte y decirla, ¡hoy no, venga usted mañana!, y así, un día tras otro. Y es que, por más que se que debo desaparecer, si o si, no consigo hacerme a la idea de dejar de existir definitivamente.¡Que no, que no puede ser!. ¡TAN DIFICIL RESULTA DE ENTENDER QUE, NO ME QUIERO MORIR!.

El punto blanco no para de acercarse y con arrogancia parece querer decir, lo entiendas o no lo entiendas, voy a atraparte. Ya casi sin tiempo de reacción decido que algo tengo que hacer. De algún modo se debe poder parar este siniestro engranaje y con tal fin me pongo a tatarear una canción que, podrá gustar ó no, pero que seguramente a nadie le deje indiferente:

- “La vida es una tom, tom, tómbola, de luz y de coloooor, de luz y de coloooor.. “.

- Pero Cándida, por lo que más quieras, deja de cantar eso.- me pide una voz familiar surgida del pasado.

- Arcadía, ¿eres tú?. Aunque no te veo, se que eres tu. Como olvidar tu voz.- digo incrédula y a la vez embargada por la emoción.

- Cándida, ¡hasta en el último momento tienes que dar la nota!. ¿Por qué no olvidas este mundo como una tomatera normal?.

- ¿Olvidar?, no puedo. Quizás sea fácil para ti que, desapareces y apareces cuando quieres. Por cierto, ¿dónde te has metido durante todo este tiempo?.

- Uff, a ver como te lo explico. He andado por acá y por allá. Bueno, mejor debería decir que he estado en varios sitios a la vez, por el futuro y por el pasado.

- No se sí soy yo la que no entiende porque estoy demasiado empanada ó, tal vez seas tú, Arcadía, la que no te has explicado demasiado bien.

- Por lo que veo Cándida, no has estudiado la Física Cuántica como tantas veces te recomendé. Si así lo hubieras hecho, sabrías que se trata, ni más ni menos, de la ciencia de las posibilidades. Los átomos, que forman todo lo que conocemos, no son otra cosa que ondas y las ondas, a su vez, son tendencias donde se pueden situar gran cantidad de partículas. Por ello, es perfectamente posible que una partícula desaparezca de un universo y aparezca en otro paralelo o, incluso que ocupe más de una posición, simultáneamente en varios universos.

- Joder Arcadía, me vas a acabar de matar con tantas observaciones.

- ¿Matarte yo?. Ya se que estás muy debilitada pero, echa un vistazo a tu maceta.


- ¡Está vavavava...cia la maceta!. ¿Dónde estoy?. ¡No entiendo nada!.

Me quedo unos segundos pensando y puesto que sigo pensando llegó a la conclusión (con gran alivio) de que no puedo estar muerta. Sólo se me ocurre una explicación:

- El cuidador ha debido trasplantarme como ya ha hecho otras veces.

- Siento contradecirte. Físicamente estas muerta.

- Muerta, ¿cómo muerta?. Pero..., pero, eso no es lógico. ¡Si estamos hablando tu y yo!.

- El cuidador ya os ha arrancado a todas. Comprendo que no comprendas porque nunca has conocido otra realidad. Te lo voy a intentar explicar. Veras, de lo que has sido ya sólo te queda el ánima, la conciencia o como lo quieras nombrar y eso, a lo que yo llamo el observador, en poco tiempo, también se acabará muriendo, por mucho que tu te resistas.

- Ya, que por güevos me tengo que morir.

- Créeme, es lo mejor que te puede pasar. Me explico. El objetivo principal del observador es fabricar una realidad (un conocimiento del mundo), a partir de la infinidad de datos existente. Es decir, entre un número inabarcable de posibilidades ha de elegir una cantidad limitada de información para crear una imagen concreta del entorno en el que se encuentra. De la misma forma, otro observador escogerá los datos que le parezca concibiendo su propia realidad. Luego, no existe una única realidad sino que habrá tantas como observadores.

El problema con que os encontráis lo seres de este planeta (incluyendo, por supuesto, a los simios), es que operáis con un modelo de observador, excesivamente limitado. De toda la información que recibís simultáneamente, únicamente sois capaces de absorber una mínima parte, la cual todavía tenéis que volver a filtrar antes de representarla conscientemente. Por este motivo, sólo llegáis a observar tres de las once dimensiones existentes y precisamente es en la onceava dimensión donde se encuentran los universos paralelos. Allí donde hay una onda de posibilidades, vosotros sólo apreciáis una partícula (una única posibilidad).

Cándida, ¿me entiendes ahora cuando te digo que es mejor que te deshagas del viejo observador?. Cuanto antes lo hagas, más rápido adquirirás una nueva percepción.

No logro entender ni papa de lo que me está diciendo la sabia maestra. Da igual, ahora me siento segura, al calor de sus reconfortantes palabras.

- ¿Eh?..., si por supuesto. ¡Que a gusto estoy contigo, amiga tomatera!. Mientras sigues con la explicación, ¿no nos podríamos quedar en este mundo un ratito más?.

- … ¡Joder, Cándida, tu erre que erre!, ¡que ni tu ni yo somos ya tomateras!. Mira que te mando a tomar por culo como hizo la higuera. Anda relájate y duerme. Cuando despiertes te seguiré explicando, allá en la onceava dimensión.

- ¡Espera!, ¡deja que me despida!.

Aunque se me han quedado muchas cosas en el tintero, creo que ya os he aburrido bastante con esta historia, de si me muero o no me muero. Por ello, ya va siendo hora que diga:

“… esto es to, esto es to, esto es todo amigas”.